La mayoría de nosotros hemos vivido en un entorno familiar en el que determinadas personas desempeñaban un rol marcado o bien por el autoritarismo o bien por el victimismo.
Es decir: por un lado estaba el “porque yo lo digo” y por el otro “porque lo dices tú… pobre de mí”.
Y no sé a ti, pero a mí esto nunca acabó de convencerme. No me sentía cómoda en ninguno de los dos papeles.
Menos mal que la CNV me permitió encontrar un término medio. Una solución alternativa a estos dos extremos: la asertividad empática.
Empecemos por el principio y dejemos claro en qué consiste cada uno de los tres conceptos de los que te acabo de hablar.
- Autoritarismo: Se trata de una una actitud en la que se ejerce un control rígido y dominante sobre otros. Esto suele implicar imponer reglas y decisiones sin tomar en cuenta las opiniones o necesidades de los demás.
Una persona autoritaria suele ser muy brusca a la hora de decir las cosas y su energía resulta incluso agresiva.
- Victimismo: Aquí nos encontramos con la tendencia a asumir, valga la redundancia, el papel de víctima en diversas situaciones. Esto supone atribuir la responsabilidad de los asuntos y problemas propios a factores externos o a otras personas. En muchos casos, la persona victimista ejerce la manipulación o el chantaje emocional sin caer en las malas formas e instalado en la queja.
¿Qué nos dice la Comunicación no violenta?
Que “ni tanto ni tan poco”. Que no es necesario desarrollar comportamientos asociados ni al verdugo ni a la víctima.
Y aquí entra en escena la asertividad empática.
En esta forma de comunicación encontramos el equilibrio entre las dos que acabo de mencionar.
Porque nos permite expresar nuestros deseos, necesidades o preocupaciones de manera directa y respetuosa y mostrando, a la vez, empatía hacia las necesidades y sentimientos de los demás.
Es decir: nos expresamos honestamente y también comprendemos.
Sin culpables.
Sin imposiciones.
Te pongo un ejemplo que refleja muy bien esto que te explico:
Es jueves y estoy comiendo con mi hija Alba. Son las 15:00 h.
Ese día acabaré de trabajar a las 20:00 h. y el viernes también haré jornada de mañana y tarde.
Entonces mi hija me dice:: “Mamá, me gustaría comprarme ropa nueva para una cena con amigas. Quiero que vayamos esta tarde al centro comercial, porque no tengo nada que ponerme y la cena es mañana”.
Y ahora atención a las tres posibles respuestas:
- Desde el autoritarismo (léase con tono impositivo/de enfado): “Sí, claro… Con todo lo que tengo que hacer. ¿Tú te has vuelto loca? ¡Ni de broma! Eres una caprichosa y una egoísta. Sabes todo el trabajo que tengo y ahora me vienes metiendo prisas porque la señorita no tiene nada que ponerse. Ni se te ocurra insistirme, que aún la tenemos, ¿eh?”
- Desde el victimismo (léase con tono estilo “pobre de mí”): “¿De verdad hija que me vas a hacer ir de compras hoy con todo el trabajo que tengo? Estoy que no puedo con mi vida, aún tengo que trabajar hasta las ocho y ahora me pides esto… Ay, siempre tengo que estar a todo y para todos… No puedo más…”
- Desde la asertividad empática: “Ok, Alba, entiendo que te gustaría ir mañana a la cena con un pantalón y una sudadera nuevos ¿verdad? Yo ahora necesito un rato para valorar si es posible para mí o no ¿vale?”
Aquí me estoy dando un tiempo para conectar conmigo y escuchar mis sentimientos y necesidades. Y desde ahí, elaboro una respuesta desde la honestidad:
“Ok, cariño te propongo una cosa: a las 20:00 h vamos al centro comercial. Antes de salir eliges dos tiendas. Si encontramos algo allí, lo compramos. Y si no, nos volvemos a casa. Solo dispongo de una hora para esto, porque necesito cenar pronto y después descansar lo suficiente. ¿Qué te parece?”.
Como ves, con la tercera opción logro resolver la situación cuidándome a mí sin descuidar las necesidades de mi hija. Me expreso honestamente y a la vez me encargo de que ella se sienta comprendida.
Menuda diferencia con las otras dos opciones, ¿verdad?
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